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Por: Carlos Navarrete Saez
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Carlos Ortúzar y su cercanía a la visualidad minimalista

Hablar de “Minimalismo” en Chile es tratar de establecer un punto de conexión con Europa y Estados Unidos a partir de un relato, el cual tiene más puntos suspensivos que de conexión. Debido a que términos sencillos, la noción “Minimal” por estos lados tiene una fuerte relación con las prácticas conceptuales del arte chileno de los años 70 y 80, más que en un estricto rigor con el devenir escultórico o pictórico de esa tendencia fuera de nuestras fronteras. Aunque se debe concitar que el arte local a partir de la década 60 del siglo pasado, entró en una fase de modernización propia de las revueltas estudiantiles que por esos años llevaron a una reforma en la enseñanza universitaria. Donde se pasó de un estudio sostenido en torno a las bellas artes de modo asistemático a una malla de asignaturas, donde el profesor y el alumno tenían claramente delimitados sus deberes y derechos. Aunque en la práctica, ello no siempre fue conducente a la obtención de una licenciatura en arte, lo cierto es que por vez primera se trazó una división entre lo que hasta ese momento era la idea de la academia de bellas artes dado por el taller del maestro en cuyo interior pululaban sus discípulos.

Dentro de esa vorágine de cambios y movimientos sociales que Chile y el mundo vivió, la figura del pintor y escultor local Carlos Ortúzar (1935 - 1985), sobresale porque su trabajo sin ser de corte minimal, toma varios aspectos que desde lo puramente visual lo acercan. Tal roce con este movimiento internacional se da por la fascinación que Ortúzar experimenta cuando entre 1964 y 1965 reside en la ciudad de Nueva York, cursando estudios en el Pratt Institute (Pratt-Graphic Center) y luego en el New York for Social Research, (curso tecnología de los materiales); respectivamente. Observando y experimentando con nuevos materiales para su obra, debido a que hasta ese minuto el artista realizaba un tipo de pintura matérica de corte pre colombino, donde las nociones de patrones geométricos quedaban circunscritas a los ideogramas de nuestros aborígenes del norte chileno. Por tal motivo no deja de ser notable el giro que toma la obra de este artista no solo a partir de lo visual, sino que también de lo conceptual, debido a que la fascinación que experimenta en Nueva York por estos nuevos materiales; -aceros inoxidables, plexiglás, rodamientos y motores-, provocan en él una conexión con las relaciones que le competen al arte la ciencia y la tecnología. Lo anterior, no era de extrañar si pensamos que ya en la niñez del artista él sintió una fuerte atracción por el funcionamiento de los juguetes eléctricos y mecanizados. 1966 es una data a considerar en su vida y obra, porque comienza a dictar clases en la escuela de arte de la Universidad de Chile, el emblemático curso: “Tecnologías de los materiales”, ámbito en donde C. Ortúzar vuelca toda su experiencia neoyorkina a los futuros estudiantes de bellas artes. De manera paralela esta asignatura es el reflejo de la reforma universitaria que años antes se estaba llevando a cabo en esa y en muchas casas de estudios de Chile y en cierta manera también exuda los aires modernos que el claustro universitario vive. Aunque hasta ahora, no existen documentos y pruebas fehacientes, la leyenda que gira en torno a su figura y labor docente en esa escuela lo ponen como el artista que trajo el plexiglás a Chile y también como un pionero en el uso y enseñanza de la serigrafía como técnica artística para la estampación contemporánea. Lo que sí está debidamente documentado es su paso en 1970 por el Center for Advanced Studies en el M.I.T de Boston. Lugar donde el artista amplió su cuerpo de obra en torno a una geometría de borde duro pero anclada en el paisaje de Chile. Lo anterior cobra radical importancia para comprender su escultura titulada “Monumento al General Schneider”. Esta obra es fruto de un concurso de escultura pública, convocado por la Municipalidad de las Condes en 1971, para conmemorar la muerte del General René Schneider. Registro que la cronista Ana Helfant en revista Ercilla captura en los siguientes términos: “la severa pureza de líneas de la escultura de Ortúzar, los materiales que emplea: acrílico, acero inoxidable, aluminio, luz, etc., se integran en una geometría simple, armoniosa, a veces atrevida por su misma sencillez, pero de un indudable contenido estético. Estas obras están concebidas para desarrollarse en conjuntos arquitectónicos, urbanísticos o bien ecológicos. La severa belleza del monumento al general Schneider , que se erguirá a treinta metros del suelo en Las Condes, contiene en su arranque hacia el cielo la quietud, la serenidad no interrumpida por retorcimiento alguno”. La importancia de esta obra se halla en lo que muchos estudiosos ya han indicado, es la primera obra escultórica de carácter conmemorativo abstracta. Vale decir, es un homenaje a este comandante en jefe del Ejército chileno brutalmente asesinado por un comando fascista en 1970, por medio de un trabajo que apela a la geometría de los prismas y a un sutil juego de reflejos dados por la oposición de éstos a partir de algunas superficies pulidas y otras opacas. Vale decir, el artista buscó el reflejo del sol de distintas maneras, para lo cual en la ejecución de la obra se construyó una máquina capaz de generar tal requerimiento en cada una de las caras de los prismas. Asunto que tiene mucho de familiar para un creador que imaginó su escultura como un diálogo con el entorno natural y con una expresa necesidad de que ella naciera desde el césped mismo que la rodease en franco encuentro con el astro solar. Situación que como se fue dando por la coyuntura política (el advenimiento de la UP y luego la Dictadura Militar), provocó una serie de transformaciones al proyecto original y a un paulatino distanciamiento del propio autor con su trabajo, la que fue terminada en 1974 y nunca inaugurada. De hecho, el avance de obras ejecutado por la empresa DELTA y el taller metalmecánico de Abraham Scherson eran diariamente supervisadas por un oficial venido de la Escuela Militar y no precisamente por un funcionario municipal o gubernamental como hasta septiembre de 1973 había sido lo habitual. El devenir de esta escultura, de líneas puras y corte geométrico, ha sido tanto o más accidentado que su emplazamiento. Si pensamos en la sola ubicación, sector de Avenida Kennedy y el anillo vial de Américo Vespucio norte, urbanísticamente se trataba de un espacio semi vacío cuando C. Ortúzar imaginó el trabajo. Sin embargo en la actualidad, desde hace un par de años se construye una variación de la carretera Américo Vespucio de modo subterráneo lo que ha implicado el ocultamiento del monumento por las faenas de esta red vial y existe el rumor de que el monumento se trasladaría de su emplazamiento original para dar paso a uno de los accesos a esta autopista bajo tierra. Lo que viene a coronar el deterioro visual de esta escultura al estar rodeada de edificios de gran altura y una serie de publicidad caminera.


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