Garth Evans tiene pensamientos complejos y encontrados sobre la relación de la escultura abstracta con el público y su
papel en la sociedad. La falta de propósito de la escultura moderna —sin función conmemorativa o didáctica— aporta
libertad, pero también amenaza con caer en la redundancia. ¿Cómo hacer escultura, con su necesidad de ocupar el espacio,
cuando ésta no tiene un determinado lugar en el mundo? Esta duda combinada con la determinación de seguir creando a
pesar de la incertidumbre, ha fundamentado su carrera como escultor y maestro, quien se encuentra ahora en su octava
década de vida.
Evans no ha respondido al dilema de la escultura con polémica, sino con poesía, una poesía física que surge en el espacio
entre nuestros cuerpos y los objetos mundanos que nos rodean. La falta de propósito de la escultura moderna se refleja en la
dinámica formal de su arte. No hay ostentación: su escultura no parece asumir un lugar en el mundo, incluso si por necesidad
requiriera uno. Evans trabaja con precisión y minuciosidad, pero también abraza el capricho, lo inesperado o lo difícil de
entender. El capricho advierte al espectador sobre la extrañeza de la escultura, mientras que la precisión formal actúa como
justificación, encajando cuidadosamente la escultura en la existencia. Es especialmente atento a los bordes de sus
esculturas, las fronteras entre la obra de arte y el mundo, a menudo creando estructuras que se adhieren a la pared o que
simplemente se elevan desde el suelo. En muchas de sus obras se nos hace conscientes de algo que permanece oculto, un
indicio de que, a pesar de la necesidad de la escultura de ocupar espacio, aspira a originarse en algún lugar distinto de la
realidad cotidiana.
papel en la sociedad. La falta de propósito de la escultura moderna —sin función conmemorativa o didáctica— aporta
libertad, pero también amenaza con caer en la redundancia. ¿Cómo hacer escultura, con su necesidad de ocupar el espacio,
cuando ésta no tiene un determinado lugar en el mundo? Esta duda combinada con la determinación de seguir creando a
pesar de la incertidumbre, ha fundamentado su carrera como escultor y maestro, quien se encuentra ahora en su octava
década de vida.
Evans no ha respondido al dilema de la escultura con polémica, sino con poesía, una poesía física que surge en el espacio
entre nuestros cuerpos y los objetos mundanos que nos rodean. La falta de propósito de la escultura moderna se refleja en la
dinámica formal de su arte. No hay ostentación: su escultura no parece asumir un lugar en el mundo, incluso si por necesidad
requiriera uno. Evans trabaja con precisión y minuciosidad, pero también abraza el capricho, lo inesperado o lo difícil de
entender. El capricho advierte al espectador sobre la extrañeza de la escultura, mientras que la precisión formal actúa como
justificación, encajando cuidadosamente la escultura en la existencia. Es especialmente atento a los bordes de sus
esculturas, las fronteras entre la obra de arte y el mundo, a menudo creando estructuras que se adhieren a la pared o que
simplemente se elevan desde el suelo. En muchas de sus obras se nos hace conscientes de algo que permanece oculto, un
indicio de que, a pesar de la necesidad de la escultura de ocupar espacio, aspira a originarse en algún lugar distinto de la
realidad cotidiana.